“L´observation c´est l´invention”

Decía el recientemente desaparecido catedrático de urbanismo Manuel de Solá – Morales que describir, ya es proponer. Josep Pla recordaba con frecuencia que quien sabe describir describe y quien no, interpreta. Finalmente, el escritor francés Jules Renard, sostenía que “la observación, es la invención.” Así, cuando un problema no tiene solución aparente, conviene revisar cómo está formulado, como está planteado, como se describe. Solamente observar, describir.

Dos cuestiones, siendo distintas, tienen en común una notoria naturaleza disruptiva respecto de casi todo lo demás. Tienen algún interés, al suponer una luz a ras de suelo, más concreta. Nos acercaríamos a Paul Valery:  “Solo aquello que es concreto, está preparado para la acción”.

Se trata de poner al día el antiguo tópico Madrid-Barcelona y de analizar, de distinta manera, la naturaleza profunda de la cultura jurídica popular de las Españas y su incidencia en la conciencia moral de las personas. Dos temas distintos.

  • Madrid – Barcelona

El 27 de febrero de 2001, Pasqual Maragall publicó un importante artículo en el diario El País titulado “Madrid, se va”. Experto en economía regional, “había observado” y por tanto analizado, un fenómeno muy importante de la historia reciente de España que ha pasado y pasa todavía, incomprensiblemente desapercibido. Se trata del “Big Bang” de la ciudad de Madrid, que ha pasado a ser, en apenas treinta años, una ciudad global transoceánica y capital de una región urbana extensísima, y que se ha convertido en la capital financiera de España por primera vez en la historia de nuestro país, desde Felipe II para acá. Y por supuesto, se ha convertido en  “una ciudad global”. El 7 de julio de 2003, Maragall insistía en un segundo artículo: “Madrid, se ha ido”.

Aparentemente, nadie o casi nadie, ha seguido esta pista. A veces se tiene la impresión de que cerrando los ojos a la realidad, la geografía política mediática ha eclipsado a la geografía física. Los marcos habituales del debate se basan en la geografía política, muy prioritariamente en el marco general que ofrecen las comunidades autónomas. Como consecuencia se habla mucho de Catalunya y muy poco de Barcelona. Y nada del Madrid real.

Sin embargo resulta tan evidente como silenciado, que la ciudad de Barcelona y todo lo que esta supone, resulta el elemento diferencial relevante y decisivo de la CCAA de Catalunya. Otras comunidades autónomas tienen también lengua propia y código civil propio. Todas tienen agravios. Ninguna tiene como capital, a una “ciudad global” como la que Barcelona es.

De modo que España tiene dos “ciudades globales” (no tres) según la identificación de la socióloga holandesa Saskia Sassen (1991, La Ciudad Global). Se trata de ciudades cuyo impacto económico y social, sobrepasa claramente las fronteras de sus estados, estableciéndose entre ellas unas redes y unos flujos de relaciones intensas, de liderazgo socioeconómico. Entre ellas se entienden. Unas están pendientes de las otras. Compiten. Colaboran. El conjunto tiene algunas de las características de las ciudades de la histórica Liga Hanseática. Red comercial supranacional, y un cierto distanciamiento respecto de su territorio circundante.

Todas ellas, todas las ciudades globales, para competir en el mundo, necesitan y en buena medida obtienen, el apoyo de sus respectivos estados. Cuando en un mismo estado existen varias ciudades globales, la regla común es la equidad del apoyo estatal. No solo en capital fijo, sino también en capital social, institucional. Sin embargo, una mayoría muy cualificada de barceloneses, conscientes del rango mundial de su ciudad, no perciben hoy esta equidad en absoluto.

Por otra parte y para ser precisos, bajo el paradigma “noucentista” de “la Catalunya Ciutat”, Catalunya es hoy, la región urbana de Barcelona. Lo que seguramente llama menos la atención que la afirmación, de que el resto de España, es hoy la región urbana de Madrid. Sin embargo, así es. La España actual, en un mundo global, también puede verse y analizarse a partir de nuestras ciudades globales, que compiten en el mundo, en red.

El “Big Bang” de Madrid, no tiene como causa profunda los favores, sino el nuevo contexto socioeconómico generado por la globalización, las TIC, las nuevas tecnologías y claro está, la contracción del espacio tiempo o sea las nuevas comunicaciones. Si fueran los favores, esto habría sucedido mucho antes.

Según el Global City Index de 2010, Madrid sería la ciudad global número 17 de 65 y Barcelona la 26.  Y aunque la dimensión cuantitativa del espacio de influencia de Madrid es muchísimo mayor, tanto en España como en América, Barcelona se defiende con su increíble imagen de marca, cualitativamente muy fuerte y relevante. La marca territorial más importante del estado, incluida la marca España. Pero Madrid es además la capital de un gran estado de la Unión Europea. Lo que le añade un plus competitivo significativo e importante.

Es obvio que Madrid tiene un papel político muy evidente y reglado que las autonomías no han disminuido. Y también que tiene un papel funcional importantísimo, muy evidente, como  ciudad global de referencia en casi toda España, excepto en Catalunya. Barcelona en cambio teniendo un papel funcional muy poderoso en Catalunya (y poco más allá, lejos de la euroregión) pero sobre todo, siendo una ciudad global, no tiene hoy un papel, no tiene hoy un rol estatal claro. El papel funcional estatal es débil e inespecífico. El rol político estatal directo es inexistente. Se trata de una capital de autonomía más. Estos son los hechos. Más allá de cualquier tipo de interpretación que quiera hacerse.

Sin embargo, tiempo atrás, Barcelona era la capital financiera e industrial de España (se comparaba a Milán cuando, tiempo atrás, Madrid era Roma), una ciudad innovadora, por donde la modernidad europea se introducía en nuestro país. Lo que le daba una vinculación, un vínculo estatal y nacional, un papel. Eso ya no es así. Barcelona ya no es la capital financiera y la modernidad entra en España por muchas puertas. Barcelona, eso si, tiene un papel global (ciudad de arquitectura, de biotecnología, industrial, digital) pero no tiene un papel estatal propiamente dicho. ¿Lo buscará en un estado propio y distinto? ¿O en un estado propio y compartido?.

El fenómeno territorial que Barcelona y Madrid representan, merece una reflexión apoyada en la geografía física. España tiene dos regiones urbanas consolidadas que  apoyadas en estas dos cabeceras, producen una división funcional estatal en dos regiones urbanas. La creciente relación con el exterior (comercial, turística, económica, cultural, con Europa y con el mundo) de ambas, resulta evidente.

Resulta sorprendente que este análisis no haya sido considerado relevante políticamente. La excepcionalidad estatal de Barcelona, al ser una realidad objetiva y objetivable, sería algo menos difícil de explicar, comprender y gestionar en clave española. Ya no se habla de la Carta Municipal de Barcelona, pero ahí está.

Alguien podría pensar con torpeza que más que “españolizar a los niños catalanes” cabría “españolizar” Barcelona. Maragall lo llamaba doble capitalidad.  

  • “L’observation c’est l’invention”. Cultura jurídica popular.

Sobre el llamado “problema catalán”, repetimos cosas, casi todas tópicas o ideológicas, casi todas tácticas. Aunque se debería reformular un problema cuando este no tiene solución, no se aprecian “observaciones”, que faciliten una nueva descripción y con ella una propuesta.

Recordemos. Describir sería ya proponer (Manuel de Solá-Morales). Quien sabe describir describe y quien no, interpreta (Josep Pla). Observar es inventar. (Jules Renard). ¿Qué pasa en Catalunya y porqué?. ¿Cuáles son los elementos disruptivos? Mi admirado Santiago Muñoz Machado, habla en La Vanguardia, de anomia. De anomia catalana. ¿Pero que pasa con la anomia castellana?.

Cuando en un barrio de Madrid aparece un problema, la gente señala con el dedo a la autoridad responsable. Reclama y exige una solución. Y a menudo se desentiende. Cuando eso ocurre en un barrio de Barcelona, es más que probable, que la gente funde y promueva una asociación para impulsar la solución del problema. No se desentiende.

Podemos recordar también, el mapa sindical mayoritario de la segunda república. CNT-FAI, en Catalunya. UGT, en Castilla. No es casual. Tercero. En un mercado madrileño, la tendera agradece llanamente una observación sobre un pequeño incumplimiento de legalidad. En la Boquería, practico una prudente retirada. Cuarto. Las condiciones y requisitos para proceder al reciente cambio de titularidad de mi número de teléfono, obtuvieron en Madrid una lista interminable de documentos a presentar como ineludibles. La misma gestión en Manresa, me llevó 20 minutos. Las leyes son las mismas. Las culturas jurídicas no. Por fin, es conocida también la severa expresión de disgusto expresada por el Presidente Tarradellas al comprobar la escasez de abogados del estado en la nómina de la Generalitat recientemente restaurada.

En este y en los siguientes ejemplos se hace evidente, como las culturas jurídicas populares predominantes, son distintas. Así, en la España de matriz castellana predomina ampliamente la cultura jurídica popular de derecho público. Y en el mediterráneo, especialmente en Catalunya, predomina claramente la cultura jurídica civil de derecho privado. Ojo, me refiero a la cultura jurídica popular, de la gente, no al derecho o la ley vigente. La región más occidental de Italia, de Josep Pla…

Hemos olvidado como, la influencia germánica aportada por los visigodos[1], y después por la dinastía borgoñona de los Habsburgo, dejó una huella importante, aunque desigual, en la cultura jurídica popular de la península respecto del imperio de la ley y del derecho público. En todo caso, hoy es muy notorio, muy evidente y muy palmario, que la percepción popular y la conciencia moral subsiguiente, tienen caracteres distintos.

En la España de matriz castellana, tal parece que la ley pública, el imperio de la ley, se constituye en el nervio de la nación, en un factor constitutivo esencial y sagrado. Por cierto que si eso es así, sería difícil entonces distinguir entre nación y estado. Porque básicamente un estado es hoy, una apuesta de derecho público.

Y sin embargo en Catalunya, y en la España de matriz catalana, esto no es así. La Ley pública y el derecho público no son en absoluto el nervio de la nación. No lo son. La cultura jurídica popular se ha conformado alrededor del derecho privado, civil o mercantil. Alrededor del pacto, al que se llega mediante la conversación y el diálogo, también sagrado. Sería quizás entonces, el imperio de la ley no escrita del diálogo. Porque sin la ley no escrita del diálogo, tampoco hay democracia.

Podríamos decir que, si alguien quiere ofender a un español de matriz castellana, no tiene más que saltarse la ley pública. Y si esta ley es la Constitución, entonces la ofensa es máxima. Pero también se puede decir, que si alguien quiere ofender a un español de matriz catalana, no tiene más que negarle la conversación o el diálogo. La ofensa, en ambos casos, está servida. Eso no quiere decir que en Castilla se cumpla más la ley pública que en Catalunya. Solo se la aprecia más, con un respeto a menudo sagrado, que no impide por supuesto su incumplimiento. Algo cultural, que se transmite de generación en generación.

Interpretar los acontecimientos recientes a la luz de estas líneas resulta espectacular y esclarecedor. Lo que ocurre no puede reducirse a una película de buenos y malos. Todos lo sabemos. Hay algo más, hay algo disruptivo y algo que no se ha gestionado bien. Porque sin duda hay algunas diferencias culturales jurídicas profundas entre “la región más occidental de Italia” (como afirmaba Josep Pla) y la España castellana de origen visigodo.

Sin embargo ambas culturas jurídicas son necesarias en el siglo 21. Necesarias e imprescindibles. Imposible competir en un mundo global sin ellas. Las democracias modernas del siglo XXI se basan en apuestas de derecho público, ciertamente, pero también en apuestas cooperativas de derecho privado e iniciativa civil ciudadana. La una no va sin la otra. Tal parece pues, que además de ser hoy un peligroso argumento de fractura, podría convertirse también en un argumento para la complementariedad. Volver a las raíces. “Tanto monta, monta tanto”.

Como decía recientemente en Pamplona el famoso arquitecto (y quizás el más político de los Pritzker) Rem Koolhaas[2], “en política, o imponemos equilibrios o nos imponen tiranías”.  

¿Anomia catalana? Sí, pero anomia castellana, también.


[1] “(…) la doble manera de ser española, desde la periferia mediterránea o desde el interior germanizado, primero por los visigodos y después por la dinastía borgoñona de los Habsburgo.” Manuel Ribas i Piera. Rubió i Tuduri i el Planejament Regional. 1973.

[2] Rem Koolhaas. Pamplona 2017. Congreso de la Fundación Arquitectura y Sociedad.